viernes, 12 de febrero de 2016

LATINOAMÉRICA: UN BARROCO PROPIO

LATINOAMÉRICA: UN BARROCO PROPIO


El evidente auge social y económico de los principales virreinatos motivó la llegada del barroco a Latinoamérica en los siglos XVII y XVIII. El ambiente reinante en la América colonial constituyó un terreno fecundo no solamente para la expresión barroca definida desde España, sino más aún, para despertar el protagonismo del barroco latinoamericano.

Sobre las ruinas de los imperios prehispánicos se edificaron las ciudades coloniales. Y después de más de un siglo de conquista, fue en el período barroco cuando comenzaron a erigirse las más hermosas y representativas construcciones latinoamericanas. La teatralidad del citado estilo iba a quedar expresada en iglesias, templos y palacios, que se convirtieron en el punto de referencia del nuevo espacio urbano. Construidas por encargo de las élites, las primeras obras arquitectónicas, pictóricas y escultóricas siguieron los rasgos generales del barroco europeo, aunque poco a poco cada región alumbró edificaciones con características particulares. La geografía, las zonas sísmicas y los distintos materiales existentes determinaron la aparición de nuevas técnicas y un peculiar sentido estilístico.

Cabe mencionar que fue en la llamada América Nuclear –zona en la que estaban instalados la mayor parte de los pobladores y culturas indígenas–, donde se asentaron las distintas administraciones virreinales. Por tal motivo, Mesoamérica, la región andina y el Circuncaribe constituyeron los más importantes territorios coloniales y, por ende, los que posibilitaron la máxima expresión del barroco latinoamericano. México, Perú y Guatemala brillaron sobremanera dentro de este escenario; Ecuador, Colombia (Nuevo Reino de Granada), parte de Bolivia, Chile, Argentina, Costa Rica, Cuba y Panamá, por su parte, lograron destacadas interpretaciones. Caso aparte es el de Venezuela, que debido a su reducido número de habitantes, sus escasas minas y su aislamiento respecto a las grandes expediciones españolas, se incorporó tardíamente a la corriente barroca.

Al igual que la geografía y la economía determinaron el desarrollo de los grandes virreinatos, la diversidad étnica imperante en la época fue decisiva para la constitución del barroco latinoamericano. Indígenas, mulatos, criollos y mestizos trabajaban en talleres o gremios artesanales, donde se dividían en las categorías profesionales de oficiales y “aprendices de maestro”. Al mismo tiempo, pensadores, literatos y músicos comenzaban a encontrar su voz y a ver cómo su búsqueda creativa en pos de una identidad propia empezaba a dar sus frutos. Todos ellos contribuyeron a dejar a un lado la fuerte influencia europea para dar paso a un barroco, marcado por la originalidad y la prolijidad natural, que suponía una genuina expresión enriquecida con el pasado indígena y el presente americano y una búsqueda de afirmación constante.

El barroco latinoamericano continuamente habitó espacios transgresores. Los arquitectos y escultores experimentaron con nuevas técnicas, materiales, texturas, contrastes, planos, colorido e imaginería. Las pinturas se llenaron de ángeles de “color quebrado” –testimonio de la diversidad étnica–, vestimentas nuevas y variadas, colores más brillantes, paisajes ideales y ornamentación de pan de oro. La prosa ganó en complejidad y la poesía se llenó de metáforas; la música recibió influencias ricas y diversas, origen de corrientes posteriores. Figuras como Juan Tomás Tuyru Tupac (¿?-1718), sor Juana Inés de la Cruz (1651-1695), Diego Quispe Tito (1611-1681), Melchor Pérez de Holguín (1665-1724), Juan Correa (1646-1716), Cristóbal de Villalpando (ca. 1645-1714), Miguel Cabrera (1695-1768), Carlos de Sigüenza y Góngora (1645-1700) y Antonio de Salazar (1650-1715) caminaron por un sendero distinto al trazado por Europa y por el que América transitaría hacia su identidad cultural. 


ARQUITECTURA BARROCA 


Con ciudades virreinales de primera importancia debido a su ubicación geográfica, sus recursos mineros y su riqueza natural, México y Perú poseen, con sus particularidades respectivas, las obras arquitectónicas más representativas y vigorosas del barroco latinoamericano. Fue en estos países donde los arquitectos experimentaron con los recursos constructivos y decorativos que otorgaron un seña identidad propia a la arquitectura del continente. Los muros de paramento liso y las fachadas rematadas con frontones curvos y truncados con efectos cromáticos debido a sus sillares de gran colorido son elementos distintivos del barroco latinoamericano. También lo son las fachadas enmarcadas por dos torres laterales, como las de las catedrales de Oaxaca y de la ciudad de México, y la de la iglesia de los jesuitas en Cusco, Perú. Piedras como el tezontle y la chiluca, el trabajo en yeso, el ladrillo, el azulejo, la plata y hasta el maguey (la pita), se incorporaron de manera natural en las edificaciones.

Dotados de características comunes, los edificios barrocos de América también desarrollaron algunas particularidades regionales. Así, por ejemplo, la columna salomónica (con el fuste contorneado en espiral), aparecida por primera vez en México en el siglo XVII, y el estípite, un pilar en forma de pirámide invertida, se convirtieron en elementos distintivos del barroco mexicano. Por su parte, los constructores de Perú y Guatemala desarrollaron la técnica de la quincha, un tejido de cañas atadas con cordobanes aglutinados en barro utilizado para levantar edificaciones resistentes a los constantes movimientos sísmicos de la zona.

La catedral de la ciudad de México, que constituyó un paradigma para el continente, es la obra barroca más grande del mundo. Su construcción se inició en 1572, de acuerdo con el proyecto de Claudio Arciniega y Juan Miguel Agüero. La edificación consta de una planta de cruz latina, tres naves y siete capillas y reúne elementos pertenecientes a diferentes estilos, como el herreriano, el plateresco y el neoclásico. A lo largo de tres siglos de trabajos, se fueron incorporando magníficas soluciones decorativas y constructivas de estilo barroco. Digna de destacar es su fachada, imponente y luminosa, en la que se combinan elementos barrocos y neoclásicos. Mención aparte merecen el Retablo de los Reyes y el Sagrario Metropolitano. El primero, obra de Jerónimo de Balbás, introdujo los estípites como nuevo elemento arquitectónico. Estas peculiares columnas tendrían, más tarde, una fuerte influencia en la arquitectura de la Nueva España. Además de esta notable innovación artística, también contribuyeron al magnífico resultado final el trabajo artesanal y la inspiración indígena. 

Por su parte, el Sagrario Metropolitano, obra de Lorenzo Rodríguez considerada por los especialistas como parte fundamental del ultrabarroco mexicano, posee un altar principal atribuido al escultor Pedro Patiño Ixtolinque. 
En Querétaro, tres son las obras arquitectónicas más significativas: la iglesia de Santa Clara, el convento de Santa Rosa de Viterbo y el templo y convento de San Agustín. La primera es admirada por sus hermosos retablos tallados, el coro y las puertas de hierro forjado del púlpito y el vestíbulo; la segunda deslumbra por su coro alto, sus bellísimos retablos y un púlpito con incrustaciones de plata, y marfil, y la tercera, por su majestuoso pórtico donde sobresale la escultura de El Señor de la Portada. En Puebla, la utilización de azulejos de colores, cerámicas vidriadas y excelsos trabajos en yesería distinguieron a sus construcciones. Ejemplo y obra maestra es la excepcionalmente bella capilla del Rosario, alguna vez denominada "la octava maravilla". Son ejemplos también notables la parroquia de Belén y el templo de la Compañía de Jesús, en Guanajuato, así como la iglesia de Santa Prisca en Taxco, Guerrero, considerada una de las joyas del barroco hispanoamericano. 

En Perú se encuentran notables manifestaciones del barroco latinoamericano. Las condiciones climáticas del país andino y su región sísmica determinaron las características de sus edificaciones y materiales. Lima, Cusco y Arequipa constituyeron los tres grandes centros de esplendor del barroco peruano. La ciudad de Lima es escenario de imponentes ejemplares arquitectónicos: el Portal del Perdón de la catedral, el convento de San Francisco, este último caracterizado por elementos que otorgaron uniformidad de estilo a obras posteriores, y el palacio de Torre de Tagle, con su hermosa portada, balconadas de madera y patio con dobles arcos mixtilíneos. Cabe mencionar también el convento de San Agustín, que se construyó con el concepto de nave única, bóveda de cañón y cúpula en quincha.



La ciudad de Cusco, antigua capital de los incas, está rodeada de bellas construcciones del barroco colonial. Las fachadas son altas y delgadas, profusamente labradas a modo de retablo y enmarcadas por elevados y estrechos campanarios. En ellas queda reflejado el gran aporte de los artífices indígenas, quienes desde el siglo XVI ya utilizaban materiales autóctonos como el maguey, que sustituyó al cedro. Por su parte, la catedral de Cusco, erigida entre 1560 y 1664, posee en su interior una de las mayores muestras de orfebrería barroca de Latinoamérica. En cuanto a la ciudad de Arequipa, esta desarrolló un estilo muy sui generis del barroco, como demuestra la iglesia de la Compañía de Jesús, construida sobre una capilla subterránea. El templo tiene una fachada de piedra perfectamente labrada y su altar mayor es de madera tallada revestida de pan de oro. Dos capillas acentúan aún más su belleza: la de Lourdes y el antiguo oratorio de San Ignacio de Loyola. 

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